Las culturas ancestrales han considerado el círculo como una forma de propiciar el encuentro con los demás, dejando de lado la individualidad para sumarse a un conjunto y formar una totalidad. En algunos pueblos africanos, se pueden encontrar prácticas ancestrales que destacan la importancia del círculo. Por ejemplo, en la tribu Himba, se lleva a cabo la canción del pueblo Himba, en la que la comunidad se reúne en círculo alrededor de cada niña, niño, adolescente, joven o adulto, para entonar la canción de nacimiento y acompañar a la persona en momentos importantes de su trayectoria de vida, hasta su fallecimiento. Otro ejemplo es el concepto de Ubuntu, que, según su significado en las lenguas bantúes del sur de África, se trata de construir la humanidad en reciprocidad con los demás. Esta filosofía se rige por principios de empatía, solidaridad, reconciliación, fraternidad, perdón y pluralidad, y se representa visualmente en círculos que simbolizan la unidad. Por último, la práctica del círculo de la palabra es una herramienta horizontal que permite y promueve espacios de participación fundamentados en la escucha activa, el diálogo entre iguales y la valoración de los saberes, aprendizajes y construcciones de cada integrante.
Es entonces que el Círculo como práctica y principio pedagógico ofrece la posibilidad de la interacción, la construcción y la circularidad de la palabra, de la dialógica, de los saberes, de ambientes de participación democrática en donde se puede expresar abiertamente los puntos de afinidad o las particularidades y diferencias de cada persona.
El Círculo permite que cada persona que haga parte del espacio pueda mirarse a los ojos, a los rostros, rompiendo las brechas que nos distancian y reconociendo-nos en un espacio de escucha, confianza, alteridad y vínculo que humaniza las relaciones entre esos lazos de interdependencia y fragilidad que posibilita el ser y estar.
“El círculo que convoca y promueve la palabra por una pedagogía de la pregunta que les permite a las personas el reconocimiento de sí mismos y esos múltiples sí mismos empiezan a explorarse hacia adentro reconociéndose en sus diversas posibilidades de reinventarse, sentirse, preguntarse, exponer sus saberes, aprender de los saberes de sus pares y los mediadores, aprender de esa mirada otra del mundo que van configurando a los seres humanos en su devenir, siempre intersubjetivo, dinámico, pero del que todas y todos aprenden. Manifiestan, además, que de manera permanente están trabajando por deconstruir sus prácticas adultocéntricas de relacionamiento vertical”. Jhon Jairo Payán López